RESEÑA DE MIL GALLETITAS DE DIEGO TOMASI

El jueves 7 de abril a las 19:00 se presenta la primera novela de Diego Tomasi, Mil galletitas, editada por Hojas del Sur. El evento se va a realizar en El Bardo Bar Cultural (Cochabamba 743, San Telmo).

Diego Tomasi (Morón, 1982) es autor de El caño más bello del mundo. Pensamiento futbolero de Juan Román Riquelme (Hojas del Sur, 2014); Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar (Seix Barral, 2013) y El hombre que miraba (Círculo de Escritores Independientes, 2000). Hizo redacción, investigación y colaboraciones para libros de Víctor Hugo Morales, Jorge Halperín, Daniel Filmus y Mario Giorgi, entre otros. Obtuvo el Primer Premio del Concurso de Microficción organizado por la Fundación El Libro durante la Feria del Libro de Buenos Aires 2015, y del Concurso Nacional de Narrativa Argentina.

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Sí, es relativamente sencillo redactar una historia si se conocen unos mínimos de gramática pero, si sondeamos en el fondo y entre bastidores, es complicado y trabajoso narrar sobre la soledad y los miedos y el niño que todavía se nos resiste a entrar en la cofradía de los adultos, sin traicionar lo que siempre sobrevuela más allá pero a veces no alcanzamos a distinguir. Sí, ahí nos visita Mil galletitas que cumple holgadamente la segunda premisa para paladear y saborear sus logradísimas fintas, sus inferencias, el tono amigable y poco sentencioso de las voces que se alejan hábilmente del estereotipo, y podrían ser un modelo, una corriente, en el difícil arte de cautivar al lector para insuflarle el sentimiento de que tal vez, al final del camino, no todo está perdido si un día no se parece al que le precede y puede ser superior, con el añadido de todas las ventajas, al que probablemente llegará mañana. Sí, caen por si solas, pero no se pierden, las gotas de sabiduría narrativa que componen los capítulos relámpagos de esta novela fresca y natural, (léase acaso los primeros tiempos de la edad y a punto de cumplir el protagonista Emilio un avanzado número redondo, ¿acaso un contrapunto en escorzo del niño Nahuel?) y sugestiva, y Elsa como una compañía necesaria y Cecilia como una madre que tienta sin forcejear pero que se ocupa, y Hugo en la retaguardia pero fijo en la retina del lector por aquellos que ameritan completar las ausencias, maestría señalable al autor, del presente real y no tanto novelesco. Y al supuesto primo, los hemos sufrido a estos personajes sí, y mientras el señor Emilio cuenta los días de su cercano futuro, Bichito ¿Nahuel el niño que fue o pudo ser?, quiere cumplir con la promesa, al otro día, ahí a la vuelta de unas pocas horas.

La armónica velocidad de Mil galletitas No le rinde inclinación nociva ni barata, menos mal! a la prisa de los tiempos de hoy, al apuro de esos lectores que quieren acabar ¡qué verbo! rápido por la urgencia de otras prisas, antes bien compromete sin forzar que nunca sabremos dónde fue Emilio si alguna vez salió de su casa, queda en el magín de nosotros los lectores saber si ese día de después será o no será un tributo que debamos leer en el pentagrama del número cerrado que Emilio se impone combatir.

La proporción de Mil galletitas no tiene mucho que ver, de modo directo, con el cuerpo de la historia porque se sobrepone al ritmo que sentimos por dentro y que cada quien sabrá enhebrar según lo que no hizo y quiere y según la fuga que antecede a todo, incluso a los ensayos que ya no consigue hacer el viejo porque el temblor de las manos no le deja. Y bueno sentirse en casa cuando uno se siente invitado a detenerse en un suspense de este arbitraje donde la muerte, digamos, no tiene la última palabra, se le niega, porque hay que avanzar en la obra y la otra orilla lejos está de diluirse y la narración nos va contando silenciosamente sin alardes de inútiles experimentaciones estructurales porque Lo que Natura non da, Salamanca non presta, como reza el viejo dicho unamuniano, y queda claro que la historia no puede ni debe cerrarse porque Nahuel, y el Emilio, y Cecilia y Elsa, confían en que una vez más, se abran la puertas.

¿No esperar de la vida para no arriesgar? Cúmplese un poco aquí la voluntad frondosa del epígrafe del libro de Bioy Casares, Sí, hay que morir luchando y no regalarnos al fin anticipadamente, podríamos leer entre líneas en la conquistadora obra. Y mientras la noche se presenta, Emilio y Nahuel y Elsa y Cecilia y Mil galletitas nos hablan en silencio Hay que seguir, Hay que seguir. No, no lo despidamos, eso no está bien, porque solo se saluda a los que arriban al puerto, con lluvia o sin ella, para quedarse y de paso deleitarnos con el violín, el concierto entero y continuar anotando en el cuaderno cuadriculado ¿las chinelas de tapas duras del sospechoso Edmundo? Un 9 de diamantes para Mil galletitas, y… “Sí Edmundo, esta obra vale la pena porque la vivifica por sí sola el contenido abierto y le asiste el compás y no se tradujo del inglés, higiene aparte”

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