MONDO SALAMONE

Sudoeste de la Provincia de Buenos Aires, 2 de la tarde, hora de la siesta. Es enero y hacen 35 grados a la sombra. La oficina de turismo está cerrada y un señor en un bar nos indica el camino hacia el cementerio. Son 2 kilómetros a pie. En el camino no nos cruzamos con nadie. De repente, en el medio del llano, se abre la perspectiva y aparece un edificio. Puede ser una rueda gigante con la cabeza de un Cristo colgando, un ángel futurista sosteniendo una espada con aires a la película Metrópolis o una cruz enorme rodeada de tres conos monumentales. Hace siete años que estas son nuestras vacaciones: recorrer la Provincia en busca de las obras que alguna vez diseñó Francisco Salamone. 

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Ahora bien, ¿quién fue FS? Si bien no es nuestra intención averiguarlo por completo, tampoco nadie lo sabe con total precisión. Hay algunos pocos datos precisos. Siendo un niño, vino con su familia desde Italia a principios del siglo XX. Estudió en el tradicional colegio porteño Otto Krause para luego desarrollar sus estudios universitarios en Córdoba, donde realizaría sus primeros proyectos. Gracias a esa experiencia, utilizaría algunos contactos para incorporarse al plan de obras del gobierno bonaerense y conservador de Manuel Fresco (1936-1940).

Durante ese tiempo trabajaría sin descanso en la construcción de más de cincuenta edificios en más de veinte localidades. También se encargaría de diseñar el mobiliario (lámparas, sillones, escaleras, barandas, mesas, veredas, fuentes y todo lo que pueda necesitar un edificio municipal a estrenar) casi sin repetir ningún motivo, haciendo que cada obra genere en cada lugar una identidad propia e irrepetible. Cuando decimos edificios, en realidad nos estamos refiriendo mayormente a municipalidades y plazas, mataderos y cementerios. Cuando hablamos de localidades, nos referimos a ciudades chicas, normalmente pueblos, y hasta parajes en el medio de la nada pampeana. Chillar, Salliqueló, Casbas, Azul, Saldungaray, Vedia, Laprida, Tres Lomas, Guaminí son algunos de los nombres que ilustran el mapa salamónico bonaerense. 

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De vuelta en la provincia de Buenos Aires, 05 hs. Es invierno y hacen -4 grados en la terminal de micros. De ahí son un par de cuadras hasta el hotel del pueblo, donde normalmente nos recibirá algún conserje que nos preguntará qué hacemos ahí en pleno invierno habiendo tantos lugares lindos para conocer.

El primer día normalmente lo empezamos recorriendo la plaza principal para luego cruzar a la municipalidad. Todas tienen torres imponentes, capaces de ser vistas a kilómetros de distancia. Solo algunas conservan las sillas originales o las lámparas que fueron especialmente diseñadas en ese momento y para ese edificio. Muchas veces tenemos suerte y nos dejan subir hasta lo más alto desde donde se puede ver todo el paisaje del lugar en su extensión.

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Para recorrer los mataderos y los cementerios siempre hay que caminar algunos kilómetros para conocerlos; por razones lógicas, todos están alejados del centro del pueblo y durante el trayecto normalmente las construcciones van desapareciendo, como así también la vegetación, cuando de repente de la nada misma surge un edificio que nunca en la vida te esperaste ver: gigante, geométrico, con viejos aires futuristas. Si bien a veces puede resultar incómodo no hacer el recorrido en auto, el hecho de atravesar todo un pueblo ayuda a conocerlo mucho mejor, y en algunas oportunidades permite observar la influencia de la arquitectura de Salamone en casas, estaciones de servicio y hasta en una lápida que imita la fachada de uno de sus cementerios.

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En general la obra de FS se encuentra encasillada en ciertos estilos arquitectónicos que para el estado de la arquitectura en la época eran claramente novedosos y un poco resistidos, especialmente para una sociedad que aún asociaba el buen gusto con la arquitectura tradicional y especialmente francesa. Más allá de los detalles técnicos, lo interesante de la obra es lo que aparece en cada rincón de la construcción: los finos trabajos de herrería, los detalles geométricos de los muebles, las terminaciones de los materiales, donde en cada espacio uno tiene la impresión de estar perdiéndose algún simbolismo oculto.

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Además de su cara monumental, Salamone tuvo otra, la neocolonial. Sí, detrás de todo ese hormigón y esas figuras de ángeles vengadores también concibió algunas construcciones que tienen más que ver con casas sacadas de algún pueblo español. Todas están desperdigadas en pueblos o parajes, de esos que no aparecen en todos los mapas, como el caso de Miranda, que según el último censo cuenta con 80 habitantes y, como suele ocurrir, con una estación de tren en desuso hace décadas. La tarde que fuimos, conocimos al delegado municipal que casualmente estaba entrando a encender las luces del pueblo.

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Ahora bien, ¿por qué semejante personaje no fue debidamente reconocido? ¿Por qué recién hace unos pocos años se le dedica más espacio en ciertos medios? No sabemos con exactitud cómo fue que tantos edificios monumentales distribuidos en tantos sitios pasaron desapercibidos a los ojos de residentes, familiares y viajeros. Hay algunos pocos hechos que tal vez ayuden a resolver el misterio: su pelea y distancia con la Sociedad Central de Arquitectos, su estilo tan personal y alejado del buen gusto de la época, la asociación de su imagen con la del gobernador Fresco, a quien se acusaba de fascista. Lo cierto es que luego de esos cuatro años de producción desmesurada, nunca volvió a tener encargos importantes. Tuvo que soportar algún juicio, exiliarse en Montevideo, hasta que pudo volver a la Ciudad de Buenos Aires, donde vivió hasta su muerte en 1959.

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Afortunadamente, la mayor parte de sus construcciones todavía están en pie y lentamente comienzan a ser revalorizadas y, en algunos casos, a cobrar vida nuevamente cumpliendo otras funciones. Creemos que lo interesante de su trabajo es el hecho de tener la posiblidad de contemplar una obra que logra que no puedas dejar de mirarla por horas y que te genere un montón de sensaciones que hacen que bajarte de madrugada de un micro en pleno invierno y caminar 8 cuadras atravesando la nada misma sea una buena idea. No es la casita de Tucumán, ni el Teatro Colón, ni el Cabildo de Salta. No son edificios de los que alguna vez nos hablaron en la escuela. Algunos son parajes en el medio de la pampa donde hay una sensación de clandestinidad donde uno está solo preguntándose qué carajos hace ahí, a solo algunas horas de la ciudad.

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A veces se desprestigia lo pequeño, el pueblito, el viaje en micro, todas esas cosas que no son irse dos semanas a Europa. Es el estigma de la Provincia de Buenos Aires como lugar de paso para ir a la Patagonia, al Norte o a la Costa. El lugar donde no hay nada para ver; solo soja, vacas y pasto. Es ignorar que en cada rotonda o en cada camino lateral que se abre de cualquier ruta es donde las cosas más increíbles y maravillosas pueden aparecer.

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Los autores de la nota se dedican a recorrer los lugares donde Salamone construyó obras y las documentan fotográficamente. Para ver el resto de sus imágenes y viajes visiten: www.mondosalamone.tumblr.com

 

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